domingo, 20 de febrero de 2011

Ismael Miranda

Ismael Miranda, uno de los mejores soneros que ha poblado el universo de la música.
Nació en Aguada, Puerto Rico, el 20 de febrero de 1950.
“Me encantó mi patria desde muy chico, aunque estudié en los Estados Unidos y fue allá donde empecé a cantar”.
Miranda se crió musicalmente en la efervescente escena neoyorquina de los 60s, la misma que dio vida y alma a lo que se conoce actualmente como ‘salsa dura’.
“Fui testigo del desarrollo y del apogeo de todo esto, en una época en la que brillaban:
Eddie y Charlie Palmieri, Tito Puente, Tito Rodríguez, Ray Barretto, Johnny Pacheco, La Orquesta Broadway, Richie Ray y Bobby Cruz”, reconoce.
Aparte de ser el nombre de un disco, Así se compone un son se convirtió en la pieza musical más famosa de Miranda, y fue creada por él mismo.
“Tengo como 84 canciones escritas, y he grabado muchas de ellas”, precisa el sonero.
“Siempre me ha gustado cantar el son montuno, y es por eso que decidí hablar en ese tema de cómo se crea uno de manera muy jocosa”.
Fuera del sentido del humor que posee la canción, ésta resulta ser también una suerte de manual de instrucciones que detalla un proceso que muchos quieren practicar, pero que pocos han logrado desarrollar con la maestría de eminencias como el mismo Miranda.
“Hay que entender de dónde viene esto para poder hacerlo”, asegura el boricua, quien siendo todavía un niño se integró en la Gran Manzana a grupos vocales que ejecutaban otros estilos musicales.
“Lo que hacíamos entonces era el rock’n’roll de los 60s y de los 70s; al principio estaba un proyecto a capella llamado The 4 J’s, pero después formé Little Jr. & The Class Mates, un grupo que llevaba batería, bajo y guitarra”.
El asunto del “sentimiento cubano” se fue gestando sobre todo debido a lo que pasaba en su hogar paterno, donde se escuchaba mucha música latina hecha por tríos y orquestas.
“A los 11 años yo ya tocaba un poco las congas y me gustaba hacer coritos”, prosigue; “pero cuando me mudé a la Calle 13, tres años después, me interesé mucho en este género, ya que en la cuadra donde vivía había mucha gente que tocaba percusiones y estaba envuelta en esto. Comencé a comprar mucha música cubana para empaparme [de ella] y poder tocar con esos músicos”.
Pese a haberse iniciado musicalmente con el rock’n’roll, siendo todavía un niño se integró en la Gran Manzana a grupos vocales que ejecutaban otros estilos musicales. “Lo que hacíamos entonces era el rock’n’roll de los 60s y de los 70s; al principio estaba un proyecto a capella llamado The 4 J’s, pero después formé Little Jr. & The Class Mates, un grupo que llevaba batería, bajo y guitarra. Miranda asegura que nunca le tuvo prejuicios a su cultura nativa, como suele ocurrir con algunos latinos que nacen o crecen en los Estados Unidos y que ni siquiera hablan bien el español.
“Siempre fui bien puertorriqueño, porque mis padres ni siquiera aprendieron a hablar inglés”, precisa.
 “Nuestra cultura era primero y después venía la local. Todos los boricuas teníamos ese orgullo; pero como iba a la escuela y estaba rodeado de amistades que vivían en otros lugares, compartía con ellas otros estilos, aunque al llegar a Puerto Rico me quitaba la camisa americana”.
En cuanto a su formación vocal, Miranda asegura haber tenido cierta educación académica con un profesor estadounidense –“en la 54 y Broadway”, como recuerda con precisión–. “Aprendí también mucho escuchando a Ismael Rivera; a Beny Moré; a algunas orquestas que tocaban música cubana, como la de Chapotín – donde cantaba Miguelito Cunín– y a cantantes puertorriqueños como Felipe “La Voz” Rodríguez”, recuerda.
Miranda sabe además que no existen ahora ni por asomo tantas orquestas como en los 70.
“En esa época, un solo baile reunía en la misma tarima a Tito Puente, Larry Harlow, Eddie Palmieri, “Machito”, Ricardo Rey, Bobby Cruz, Ray Barretto, “La Lupe” y Willie Colón, y eso era todos los días”, rememora. “Ahora, si ponen a un artista es mucho. En Nueva York había como cincuenta clubes, y ocurría lo mismo en Puerto Rico y Venezuela; fue una época violenta”.
En el 1988, el boricua anunció su retiro, pero éste no llegó a consumarse –ni se debió aparentemente al bajón que experimentaba la salsa–. “Necesitaba un tiempo para relajarme y estar con mi familia, porque llevaba una vida muy agitada”, dice él. “Tenía que pensar también en mi hogar. Estuve fuera como dos años, porque después de eso regresé a hacer un programa de televisión y volví a los escenarios”.

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